El presente escrito pretende ahondar en algunas de las cuestiones claves referidas a la desigualdad social, y más concretamente, a la desigualdad de género dentro de las sociedades protohistóricas de la península ibérica, un hecho que siempre ha sido inherente al ser humano y que parece tener su punto de partida en la propia Prehistoria. Cuando Estrabón escribió en su obra el discurso legitimador sobre la conquista de Iberia, aplicó una constante dualidad entre los vencedores y los vencidos, un elemento característico de las fuentes clásicas. Sin embargo, sin alejarnos del objeto de estudio del texto: es interesante recalcar la imagen que proyecta de “los otros”, como un conjunto de pueblos altamente feminizados. Siguiendo las referencias de dicho autor, y comparándolas con el registro arqueológico y epigráfico que tenemos, se tratará de explicar los roles de género de las comunidades indígenas del noroeste hispano. Una línea de investigación histórica a la que todavía le queda mucho camino por recorrer, y en la que la arqueología prehistórica, aún tiene mucho que decir.
“Cosas como ésta podrían, pues, servir como ejemplos de cierta rudeza en las costumbres; pero otras, quizá poco civilizadas, no son sin embargo salvajes, como el hecho de que entre los cántabros los maridos entreguen dotes a sus mujeres, que sean las hijas las que queden como herederas y que los hermanos sean entregados por ellas a sus esposas; porque poseen una especie de ginecocracia, y esto no es del todo civilizado”. (Estrabón, Geografia, III, 18).
En el citado texto y en concordancia con la idea expuesta en el primer párrafo, se puede ver como Estrabón hace una clara referencia a los roles de género en estas comunidades del noroeste, unos roles completamente contrarios a los entendidos en Roma. Nos da una imagen de la sociedad bárbara completamente alejada de las grandes potencias mediterráneas del mundo antiguo. En estas culturas castreñas, las mujeres tendrían un lugar privilegiado alejado del patriarcado común. Tal y como indica el autor, eran ellas las encargadas de casar a sus hermanos, así como de manejar las relaciones políticas y económicas que implicasen pactos diplomáticos. Asimismo, el hombre se convertiría en el portador de la dote, reforzando el carácter intercambiable y móvil del mismo.
En cambio, dentro de las estrategias para acceder al poder de las élites masculinas, el grado de articulación y control de los dominios de los espacios de representación era un seguro fiable para la legitimación y el desarrollo de las desigualdades sociales. Es decir, yendo más allá de lo defendido por Estrabón en las fuentes, el estudio del lenguaje simbólico del poder, de los espacios y de los materiales rescatados, nos ayudan a entender cómo se dieron las verdaderas diferencias de género entre hombres y mujeres.
Es bien sabido el debate que ha girado en torno a la posibilidad de una especie de matriarcado dentro de estas sociedades castreñas. Se han producido largas discusiones acerca de la participación de las mujeres en la vida comunitaria, ideas que como se han podido ver se fundamentaban, en un principio, en los pasajes de Estrabón referidos a los pueblos del norte peninsular. Pese a las referencias de que las mujeres eran las que heredaban (tierras, privilegios, etc.) en las comunidades indígenas, lo cierto es que la filiación de la epigrafía indígena de época romana era de carácter patrilineal, y el mundo religioso estaba masculinizado en cuanto a los discursos de los dioses y de los oferentes se refería. Hay que insistir en la idea de que a pesar del destacado papel que ellas podían llegar a tener dentro del
ámbito familiar y de la vida económica de la comunidad, el peso de la política seguía recayendo en las manos de los hombres.
El supuesto protagonismo de las mismas en un sector básico de la época como es la agricultura, no parece ser otra cosa que una evidencia de la solicitada mano de obra dentro de estas economías campesinas. Por tanto, no debemos caer en el error interpretativo de confundir la importancia de las mujeres dentro de una unidad de producción, consumo y reproducción, con el acceso de estas a las estructuras de poder. Si uno sigue leyendo los pasajes de Estrabón, se da cuenta que son los hombres quienes se encargaban de gobernar y administrar territorialmente estas aldeas, ocupando sus puestos en función de su edad o dignidad, o de su posición en las fiestas o en los banquetes colectivos.
En concordancia con lo anterior, es sabido que estos banquetes tenían una finalidad de reforzamiento político y de cohesión social dentro de las estructuras gentilicias de parentesco real o ficticio. Además, guardaban una relación directa con el grado de complejidad social de estas culturas indígenas. Unas culturas que contaban con una jerarquización social marcada y una serie de instituciones primitivas para la administración y la gestión del territorio, las cuales poseían al mismo tiempo, una serie de cargos que en su mayoría eran ocupados por hombres. Las mujeres tenían funciones destacadas a nivel social, económico o diplomático; pero en términos políticos, seguían quedando relegadas a un segundo plano, por lo que aventurarse a afirmar que había una igualdad entre sexos, o posibles comunidades matriarcales, quizás sea demasiado arriesgado.
Por otro lado, el lenguaje simbólico e iconográfico sirve de gran ayuda para el entendimiento de las diferenciación entre sexos (hombres-mujeres) dentro de estos grupos culturales del noroeste. La epigrafía hallada en la zona reveló la existencia de una serie de personajes-hombres, con el cargo de princeps, que nos muestran la presencia de una serie de individuos con un poder real sobre la población. Véanse como ejemplos los casos de Doviderus (princeps cantabrorum) (figura 1) o Nicer (princeps albionum) (figura 2), ambos ejercieron la función de gobernantes en sus respectivos castros y aparecen referenciados en las estelas halladas de sus conventos.
El hábito epigráfico en los espacios públicos y la inserción de los programas iconográficos en el núcleo de las comunidades indígenas, ya eran aspectos esenciales de la cultura de estas sociedades autóctonas de la península ibérica; y por tanto, elementos previos al contacto cultural con Roma. Dicho de otra forma, todo lo que estuviera escrito formaba parte de la representación política de los grupos dominantes, y en este caso, las fuentes materiales señalaban directamente a hombres que pudieron liderar a sus grupos de población.
Otro buen ejemplo de fuente capaz de proporcionar algunas ideas al respecto de la desigualdad entre sexos, sería el caso de la cerámica, en este caso, la cerámica de Cogotas en Cardeñosa (Ávila), o la de Numancia, que mostraron una realidad con múltiples parecidos respecto a la diadema de Moñés (figura 3). Todas estas piezas son un espejo de la época, en el que se asocia lo masculino con lo bélico. Además, la información que ofrece puede enfocarse hacia un propósito final, parecido a la ejecución de este tipo de representaciones artísticas. No es otro que la trasmisión y difusión de un sistema de valores en el que primaba la guerra y las acciones militares, cómo fórmulas de acceso al poder. En este sentido, también se pudo concretar que la cerámica griega abría un mundo hacia la trasmisión y difusión de ideas. En resumen, si se hace una lectura del contenido y del mensaje que transmiten dichas piezas, se podría establecer una conclusión muy clara: la división social entre hombres-guerreros y mujeres-madres, como roles bien definidos dentro de estas aldeas.
Después de todas las razones expuestas, resulta evidente que la asociación dada entre los distintos espacios y los objetos que se pueden encontrar dentro de los mismos, nos trasladan a un escenario repleto de actividades masculinas, y que a su vez, llamaron la atención de autores como Estrabón. Siguiendo el hilo de lo mencionado anteriormente, respecto a los banquetes como método de consagración hacia actos sociales con connotaciones de género, se podría resaltar la hipótesis de que hubieron verdaderas élites masculinas representadas con iconos de masculinidad (armaduras y armas de guerra), que del mismo modo se encargaron de controlar los rituales y la defensa del territorio. Al fin y al cabo, estas élites vendrían conformándose desde la Edad del Bronce y buscaban continuamente reafirmar su posición social mediante la vinculación hacia un pasado mítico.
Llegados a este punto, cabría señalar que las comunidades indígenas del noroeste peninsular se organizaban en torno a jefaturas con dominio real sobre la población. Un poder que acabó ejerciéndose tratando de legitimar, entre otros, su propio discurso territorial. Se reprodujeron ciertos ámbitos de la esfera pública en la que un amplio grupo de privilegiados se vería representado y visibilizado. Si uno se basa en esta idea, se puede observar dentro de la convivencia entre lo material y lo simbólico, una serie de usos tradicionales interpretados y reinterpretados de la realidad, que tienen como objetivo final la defensa de unos determinados intereses. Todo este conjunto de ideas, terminarían por asociarse con el principio de autoridad proveniente del dominio ritual y armamentístico, más propio de los varones.
En líneas generales, se da una conexión entre las áreas de representación masculina y el lenguaje simbólico del poder. Cuando alguien pretende dedicarse a la investigación de las desigualdades sociales entre ambos sexos, dentro del mundo prerromano, debe de conocer el estado de la cuestión y la complejidad del asunto, debido a la escasez de fuentes, y a pesar de lo que pudiera llegar a afirmar Estrabón, lo cierto es que se nos presenta un escenario patriarcal capaz de estructurar distintos modelos de representación en función del género.
En definitiva, si se siguen las evidencias encontradas hasta ahora para el ámbito occidental y septentrional de la península ibérica, uno se da cuenta de que no es descabellado establecer dualidades significativas en cuanto a las relaciones de género se refiere. Por una parte, la excelencia masculina resaltada frente a la cotidianidad femenina habitual; y por otra, la monumentalización y las evidencias epigráficas masculinas, contra la recurrente invisibilización femenina.
Este trabajo acerca al lector a las comunidades prerromanas del noroeste peninsular, a través del análisis de conceptos como identidad, poder o género. Invita a ir más allá del argumentario que se da de las mujeres en estas sociedades, visibilizándolas y superando los tintes matriarcalistas. Al mismo tiempo, arroja luz sobre las tensiones provocadas por las relaciones de poder fundamentadas en la construcción social del género, y trata de justificar y legitimar la desigualdad que hubo entre hombres y mujeres, a través de los vestigios que el registro arqueológico nos pudo dejar.
Asimismo, una relectura de los textos antiguos, permite al historiador acercarse a lo que las propias fuentes clásicas parecieron querer olvidar: las mujeres. Esto se debió a su rol dentro de la sociedad y su nula participación política (al menos de manera oficial). La existencia de un princeps o magistrados, la utilización de una filiación patrilineal y el hecho de que la religión tuviera discursos muy masculinizados; son argumentos sólidos mencionados anteriormente y que sirven para justificar que si hubo desigualdad entre sexos.
En conclusión, este breve acercamiento al estudio de las relaciones de género, y con él, al análisis de los procesos de creación y consolidación de las desigualdades de dentro de las comunidades ubicadas en el noroeste de la península ibérica. No solo nos permite poder conocer mejor el cierto grado de desigualdad que había dentro de ellas, sino también nos acerca más al estado de la cuestión actual. En definitiva, los trabajos de investigación orientados en la línea de la Historia de Género dentro del mundo antiguo son estrictamente necesarios, ya que ofrecen una visión más completa y coherente de la realidad, y de los procesos históricos que la envuelven. Aún queda mucho trabajo por hacer, romper con la invisibilización de la importancia que tuvieron los roles de género en la historia, y sobre todo, con la invisibilización histórica del género femenino. Elementos varios que no son un objetivo, sino más bien una necesidad que deberían de tener todos los historiadores.
ANEXO DE FIGURAS

http://www.regiocantabrorum.es/publicaciones/estela_funeraria_dovidero_princeps_cantabrorum


https://asociacionapiaa.com/wp-content/uploads/2017/05/Diadema-de-Mones.jpg/image_view_fullscreen
Fuentes clásicas
ESTRABÓN, Geografía. Libros III-IV. Biblioteca Clásica Gredos. Introducción, traducción y notas de María José Meana y Francisco Piñero. Madrid (2006).
Referencias bibliográficas
FERNÁNDEZ-POSSE, M. D. y SÁNCHEZ-PALENCIA, F. J. (1998). “Las comunidades campesinas en la cultura castreña”. Trabajos de prehistoria, 55(2), pp. 127-150.
GONZÁLEZ SANTANA, M. (2012). Relaciones de poder en las comunidades protohistóricas del Noroeste peninsular. Espacios sociales, prácticas cotidianas e identidades de género. [Tesis de Doctorado, Universidad de Oviedo].
-(2017). “La representación del poder en las comunidades protohistóricas del Noroeste peninsular. Excelencia masculina y cotidianidad femenina”. Raudem. Revista de Estudios de las Mujeres, I, 31, pp.31-49.
Pablo García Canto