La Revolución Francesa es uno de los temas más estudiados de la Historia universal. El proceso revolucionario que se desencadenó en la Francia de 1789 ha sido considerado tradicionalmente por los historiadores como un modelo de revolución política caracterizado por la conquista del poder por parte de la burguesía y el desplazamiento de la aristocracia. No obstante, debemos tener precaución con este argumento simplista y reduccionista pues el proceso revolucionario francés no se redujo a una mera transferencia de poder, pues cada grupo social presentó una serie de problemas particulares, de ahí que los historiadores hayan hablado de varias revoluciones (aristocrática, burguesa y popular).
Los primeros estudios sobre la cuestión se centraron en aspectos catastróficos como las matanzas o las ejecuciones en la guillotina. A punto de completarse el primer tercio del largo siglo XIX, el historiador Thiers en 1827 elaboró una obra magna sobre la Revolución en la que aportó una gran cantidad de datos que no superaban el relato de los acontecimientos. Años más tarde, a finales de la década de los cuarenta del siglo decimonónico, historiadores románticos como Lamartine, Michelet, o Carlyle pusieron el foco de estudio en el pueblo, acorde con las ideas romancistas que consideraban al pueblo como un sujeto protagonista de la historia. En 1856 Tocqueville aportó a los estudios sobre la cuestión datos procedentes de los archivos, los registros de las comunas y los famosos Cahiers de doléances (cuadernos de quejas). En el último tercio del XIX, Taine publica en 1875 su obra Los Orígenes de la Francia contemporánea donde presenta la revolución como obra de una minoría y donde se desata especialmente contra los exaltados jacobinos. Posteriormente, el socialista Jaurés analizó los grupos sociales para reforzar la idea de que la revolución no fue un proceso homogéneo.
En el siglo XX podemos destacar los estudios de Lefebvre que demostraron que no solo fue una revolución burguesa, sino que el movimiento de los sectores agrarios también fue de gran importancia para el desmoronamiento de las estructuras feudales de Francia. Junto a estos estudios, Labrousse aportando a sus investigaciones una alta precisión estadística puso el acento en los factores económicos demostrando que el estallido de la Revolución Francesa coincidía con la cota máxima de los precios. Como se puede comprobar, el proceso revolucionario que impregnó a Francia de aires de contemporaneidad ha resultado ser un tema inagotable en la historiografía
En cronologías más recientes la inclusión de la perspectiva de género en la historiografía ha permitido reinterpretar el pasado de una forma más justa y la Revolución acontecida en Francia en el último tercio del XVIII no iba a escapar de esta nueva corriente historiográfica. Pero antes de abordar este periodo en clave femenina, se deben exponer los factores que desencadenaron tal proceso a fin de comprender el marco ideológico, social, económico y político en el que franceses y francesas protagonizaron uno de los hitos más destacados de la Historia Contemporánea Universal.
En el plano ideológico, los filósofos franceses de tendencia ilustrada dotaron al proceso revolucionario de su aparato intelectual. La crítica a las instituciones de Voltaire, la doctrina de la soberanía nacional defendida por Rousseau y la separación de poderes postulada por Montesquieu son ideas que se repiten con regularidad en los textos programáticos, constituciones y proclamas. Estas ideas ilustradas inspiraron a los revolucionarios franceses.
A nivel social, la sociedad del Antiguo Régimen era de carácter estamental con privilegios para la nobleza y el clero. Este modelo social se presentaba en el último tercio del siglo XVIII como un modelo social anacrónico con múltiples desajustes sociales y problemas que se reflejaron en los cuadernos de quejas que elaboró cada estamento en la convocatoria de los Estados Generales.
Los problemas económicos fueron otro factor desencadenante, en 1788 (un año antes del estallido de la revolución) el precio del trigo alcanza máximos históricos, siendo el más elevado de todo el siglo, y produciéndose hambrunas entre las masas populares, que se ven obligadas a adoptar posturas exasperadas. Por otro lado, la hacienda estatal sufre un déficit crónico producido por un importante desajuste entre los ingresos y los gastos. El documento Compte du Tresor de 1788 señala que los gastos del estado francés ascendían a 629 millones de libras mientras que los ingresos eran de 503 millones. Las causas de este endeudamiento excesivo eran múltiples: por un lado, los desorbitados gastos de la corte francesa que ascendían a 36 millones. Por otro, la Guerra de Independencia Americana había generado una sangría en las finanzas estatales de dos mil millones y medio de libras. Los intentos a fin de conseguir que la nobleza y clero pagasen ciertos impuestos, otorgasen donativos patrióticos o anticipasen préstamos generó un descontento entre estos dos estamentos privilegiados que adoptaron una postura rebelde dando inicio a lo que se ha determinado en llamar como la revuelta de los privilegiados, considerada como la primera fase de la revolución.
Finalmente, el estado francés no solo se vio envuelto en una fuerte crisis económica sino también en una crisis política derivada del envejecimiento del estado francés que necesitaba una inminente renovación de su aparato administrativo y de la postura absolutista del monarca que gobierna sin parlamento, que en Francia adquiere la denominación de Estados Generales. Hasta aquí hemos visto el tratamiento tradicional que la historiografía ha otorgado a la Revolución Francesa y los factores que incidieron en su estallido. Es el momento de ver los resultados que la perspectiva de género ha arrojado sobre este tema que parece ser inmortal en la historiografía. No debemos entender esta perspectiva como la única válida, pero si como una más que nos permita una mayor comprensión del periodo histórico abordado y como una forma más justa y renovada de hacer historia.
Antes del estallido la Revolución Francesa circulaban en Europa las clásicas distinciones de género que vinculaban la feminidad con la paz, en este sentido las mujeres eran consideradas como sujetos cuya naturaleza era identificada con la seguridad, la paz y la compasión. De tal forma que las mujeres formaban parte de un sexo pacífico que aseguraba la vuelta a la normalidad tras un periodo convulso como era la guerra. Pero desde la Revolución Francesa la relación de la feminidad con la lucha fue más compleja que la que marcaban estas teorías tradicionales. Sin embargo, los planteamientos ilustrados repitieron los postulados de la misoginia tradicional fomentando la teoría de las esferas que la burguesía había potenciado y que reservaba la esfera pública para los varones y la privada o ámbito doméstico para las mujeres. El único revolucionario que apostó por el derecho de las mujeres ha obtener la ciudadanía, a recibir instrucción y a la asistencia a las Asambleas revolucionarias fue el marqués de Condorcet. A pesar de ello las mujeres fueron excluidas de sus derechos políticos, no obstante, se produjo algo novedoso y es que los revolucionarios franceses tuvieron que discutir y justificar públicamente el papel que las mujeres debían desempeñar, todo ello en un marco en el que desde 1789 se venían creando espacios públicos inéditos hasta entonces para el género femenino como era el desarrollo de nuevos espacios de sociabilidad política en clubes y sociedades.
La actuación de las mujeres estuvo latente desde el inicio de la Revolución, a pesar de que la gran mayoría no tuvo el derecho a la participación en los cuadernos de quejas redactados en la primavera de 1789, algunas mujeres del Tercer Estado (clases populares, pueblo llano) pudieron plantear sus reivindicaciones que en un primer momento no pasaban por la reivindicación de sus derechos políticos, pero si reivindicaron su derecho al divorcio, la igualdad en el sector laboral, en la educación, en la familia y las herencias. La participación de las mujeres en el ámbito público fue minoritaria hasta la toma de la bastilla (13-14 de julio de 1789) y desde entonces su participación en la conquista del espacio público fue notable en el devenir de las jornadas revolucionarias que jalonaron toda la Revolución. Junto a esta participación destacada en los comienzos de la Revolución, podemos destacar que durante las jornadas del 5 y 6 de octubre de 1789 en respuesta a la llamada insurrecta de l’Ami du peuple varios centenares de mujeres emprendieron desde París la marcha sobre Versalles con un éxito de tal magnitud que se les unieron los hombres de La Fayette y la guardia nacional parisina, se calcula aproximadamente que unas 6.000 mujeres participaron en dicha marcha.

En conmemoración de este acontecimiento se erigiría en París un arco del triunfo en honor a esas mujeres declaradas como heroínas de la revolución. Este arco fue inaugurado el 10 de agosto de 1793 formando parte de los actos conmemorativos de la desaparición de la familia real en la jornada del 10 de agosto de 1792. Previamente con motivo de la huida del rey el 20 de junio de 1791 y su detención al día siguiente en Varenes, un número elevado de mujeres se manifestó en París al grito de que los hombres habían dejado escapar al monarca pero que las mujeres lo devolverían a París. La intervención activa de las mujeres fue considerada peligrosa y es por ello por lo que en la imaginería de la época se realizaron representaciones pictóricas del pueblo como una mujer seductora y peligrosa, reforzando una vez más la idea de la feminidad como algo pasional e incapaz de actuar racionalmente.
En el devenir del proceso revolucionario hubo una minoría de escritoras que pusieron por escrito sus aspiraciones feministas, sus reivindicaciones giraron más en torno al ámbito civil que al político. Fueron partidarias de la igualdad moral y del derecho al acceso de las mujeres a la educación como pilar sobre el que sustentar un perfeccionamiento moral de la sociedad con la dificultad añadida de que lo hicieron en el seno de una sociedad patriarcal. Podríamos definir esta corriente como un feminismo ilustrado que posteriormente en el siglo XIX daría lugar al feminismo político. La excepción fue la escritora Olympe de Gouges quien en septiembre de 1791 publicaría la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Este escrito fue un calco de la famosa Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 17898, en su escrito sustituye o añade a cada artículo la palabra mujer con la finalidad de denunciar que en la constitución de 1791 las mujeres fueron tratadas de meros sujetos pasivos posicionándolas al mismo nivel que los niños y los estratos sociales más bajos. También expuso la necesidad de una igualdad entre ambos géneros socialmente aceptada como base sustentadora de la regeneración moral de la sociedad. Este escrito fue revolucionario para la época, por primera vez se reivindicaban los derechos de las mujeres a la representación política, a la igualdad a ojos de la ley, a la autodeterminación en la vida pública y privada y al reconocimiento legal de hijos ilegítimos. Como a tantas otras luchadoras, sus ideas le llevaron a la guillotina en noviembre de 1793 acusada de girondina. El periódico Le Moniteur justificó su ejecución como un castigo merecido por haber excedido el comportamiento propio de su sexo. Se convirtió en una referente en la lucha de las mujeres durante la Revolución Francesa por conseguir la ciudadanía.

Pese a que las mujeres fueron consideradas como ciudadanas pasivas y se les prohibió el derecho de reunión reservado únicamente para los ciudadanos activos. La realidad es que formaron sus propios clubes o sociedades o bien se integraron en clubes mixtos a los cuales solo podían acceder en calidad de espectadoras, limitadas a escuchar las sesiones desde las tribunas. En París surgieron iniciativas populares puestas en marcha por líderes feministas destacadas. Podemos citar el caso de Etta Palm d’Aelders quien fundó en marzo de 1791 la Sociedad Patriótica y de Beneficencia de las Amigas de la Verdad. Esta líder holandesa destacó por sus ideas reivindicativas sobre los derechos políticos de las mujeres y por fomentar la creación de sociedades patrióticas de ciudadanas. Las mujeres parisinas lograron reunirse en sociedades creadas en algunos barrios de la capital donde tenían capacidad de opinión y voto, aunque la presidencia la ostentase un hombre, de esta forma las militantes populares dieron sus primeros pasos en su politización, ellas se denominaban así mismas como ciudadanas.
El club femenino por antonomasia fue La sociedad de republicanas revolucionarias con origen en París el 13 de mayo de 1793 en la biblioteca de los Jacobinas ubicada en la calle Saint Honoré. Esta sociedad tenía como objetivo luchar contra los enemigos de la República, por lo que estas mujeres fueron auténticas guardianas de la nación y aunque no desarrollaron una ideología feminista rupturista, su independencia política, privada y su voluntad de actuación en los asuntos políticos supusieron una actuación trasgresora con los convencionalismos sociales establecidos que pretendían hacer del género femenino un género sumiso y pasivo.
Las reivindicaciones de estos clubes femeninos giraron en torno a tres líneas principales: la primera de ellas fue la educación, reivindicaban el acceso a la educación para las mujeres en un sentido amplio y desconectado del agrado de los hombres partiendo de la idea de que las mujeres eran sujetos de derecho y como tales debían tener derecho a la educación. La segunda línea giró en torno al ámbito laboral, especialmente el vinculada a la artesanía. La tercera línea de actuación estuvo marcada por la reivindicación de derechos políticos y de derechos que les afectaban directamente como mujeres. También se vislumbra en textos emitidos por mujeres críticas a la violencia de género y demandas relativas a la abolición de la prostitución. El incremento de los clubes femeninos y las intensas reivindicaciones en relación con los derechos político y la actuación del gobierno revolucionario desembocó en la emisión de un decreto de la Convención fechado el 30 de octubre de 1793 que prohibía las sociedades políticas femeninas por considerar que su crispada agitación estaba teniendo trágicas consecuencias para la joven república.

Esta prohibición fue desafiada a través de una manifestación de mujeres que vistieron el gorro frigio (símbolo revolucionario) ante el Consejo general de la Comuna que tuvo lugar el 17 de noviembre de 1793.
Para calmar los ánimos, un decreto fechado el 26 de diciembre de 1793 les reservó a las mujeres lugares en las ceremonias cívicas, incluidas en las ejecuciones en las guillotinas donde las mujeres hicieron punto mientras caían a la cesta las cabezas de los ejecutados, motivo por el cual fueron bautizadas sarcásticamente como las tricotosas.El cierre de estas asociaciones expulsó a las mujeres de golpe y plumazo del espacio público que venían conquistando desde 1789. Durante el periodo del Directorio el término ciudadana quedó restringido a las clases populares y en su lugar se empleó el de Madame.
El 11 de julio de 1792 la Asamblea Nacional Francesa emitió una declaración que ha sido designada con el nombre de La patrie en danger (La patria en peligro) que respondía al intento por parte de las monarquías absolutas europeas, principalmente el reino de Prusia y el Archiducado de Austria, de acabar con la Revolución Francesa en el marco inicial de las guerras revolucionarias. El texto que contenía la declaración es el siguiente:
“Citoyens, la Patrie est en danger.
Que ceux qui vont obtenir l’honneur de marcher les premiers pour défendre ce qu’ils ont de plus cher se souviennent toujours qu’ils sont Français et libres; que leurs concitoyens maintiennent dans leur foyer la sûreté des personnes et des propriétés; que les magistrats du peuple veillent attentivement; que tous, dans un courage calme, attribut de la véritable force, attendent pour agir le signal de la loi, et la patrie sera sauvée”.
“Ciudadanos, la Patria está en peligro.
Quienes obtengan el honor de marchar primero para defender lo que más aprecian, recuerden siempre que son franceses y libres; que sus conciudadanos mantengan la seguridad de las personas y los bienes en sus hogares; que los magistrados del pueblo velen atentamente; que todos, con sereno coraje, atributo de la verdadera fuerza, esperen la señal de la ley para actuar, y la Patria se salvará ”.
El documento junto con la decisión en 1793 de la Convención nacional de reclutar levas masivas y militares de forma obligatoria venía a expresar el concepto de la nación armas (fundamento ideológico de la revolución liberal). En este sentido se apelaba al sentimiento patriótico de los ciudadanos de la nación para que defendiesen sus intereses individuales por medio de la defensa de los colectivos a través del servicio militar y la movilización armada. A partir de la declaración de la Patria en peligro las militantes incorporaron a sus reivindicaciones su derecho a portar armas. Si bien no eran partidarias de armarse obligatoriamente, no obstante, desfilaron armadas de picas, vestidas de amazonas y con uniformes que recordaban a los que llevaba la guardia nacional.
Previamente a La patrie en danger, Pauline Leon lideró una diputación de ciudadanas que llevó a la asamblea legislativa la petición de crear una guardia nacional femenina. Otra destacada líder femenina como fue Theroigne de Méricourt llamaba a las ciudadanas a organizarse en cuerpos armados. Su llamamiento alcanzó a parte de la ciudadanía femenina que formaron parte de la expresión en sociedad de un feminismo militar que quería organizar batallones de amazonas. También hubieron sans-cullotes femeninas, muchas de ellas se ganaron el apelativo de “furias” dada la violencia con la que actuaban. Lo cual era una evidencia de la ruptura de este arquetipo femenino con los clásicos discursos de género que consideraban a las mujeres como sujetos pacíficos incapaces de infligir violencia.

En el terreno estrictamente militar la participación de las mujeres quedó muy limitada, muchas se ofrecieron para servir como tropas auxiliares de las guardias nacionales. A pesar de ello, hubo mujeres soldado que combatieron en las fronteras del país. Se calcula que se alistaron hasta un centenar y algunas obtuvieron el rango de oficial. Normalmente estas mujeres respondían al perfil de mujer joven de unos veinte años como máximo y libres de cargas familiares. Aunque también las hubo casadas combatiendo al lado de sus maridos o parientes cercanos. Con bastante frecuencia se vieron obligadas a ocultar su sexo. A pesar de la prohibición que comentábamos anteriormente del 30 de abril de 1793 que prohibía la presencia de mujeres, la realidad es que muchas siguieron en el ejército al menos durante un tiempo e incluso algunas formaron parte del ejército napoleónico.
La Revolución se tradujo en una modificación del estatuto civil y familiar de las mujeres que se vieron dotadas de derechos civiles y desligadas de la absoluta autoridad del marido o del padre como sucedía en el Antiguo Régimen. En septiembre de 1792 junto con los decretos relativos al registro civil de nacimiento, matrimonio y muerte, se estableció el divorcio. Sería imprudente pensar que desaparecieron totalmente las diferencias entre hombres y mujeres, pero lo que si es cierto es que el divorcio supuso una de las innovaciones revolucionarias más favorables a las mujeres que lo acogieron con mayor simpatía que los hombres con una aplicación mayoritaria en focos urbanos. En el periodo comprendido entre 1792 y 1803 hubo en Francia 30.000 divorcios. Unido a ello se reconocieron los derechos de los hijos naturales y la igualdad entre los descendientes en los asuntos de herencias.
Además, la política social de los años 1793 y 1794 abordó le cuidado y estatuto de las madres solteras. Durante el proceso revolucionario las mujeres ocuparon la escena pública como sujetos políticos y a pesar de su participación política y social no consiguieron la igualdad civil y política con los varones. Paradójicamente, el cuerpo femenino se erigió como símbolo de la República a partir de la aparición el 25 de septiembre de 1792 de una efigie de una mujer con un gorro frigio que simbolizó la república. La imagen de esa mujer recibió el nombre de Mariana. La mujer se convirtió en un símbolo vinculado a la nación, llegando a ser el emblema de la República la diosa romana de la libertad.

Bibliografía:
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- CASTELLS, Irene: DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER (I). Mujeres en revolución. La participación femenina en la revolución francesa de 1789. Recuperado de internet (https://conversacionsobrehistoria.info/2020/03/05/dia-internacional-de-la- mujer-i-mujeres-en-revolucion-la-participacion-femenina-en-la-revolucion-francesa-de- 1789/).
- FERNÁNDEZ, Antonio: Historia del Mundo Contemporáneo, Barcelona, Vicens- Vives, 1985.
Enlaces Web:
Iván Nebleza Bernabéu